Dice la leyenda que el abate Pierre Pérignon era ciego, pero que su obsesión por las uvas era tal que con sólo probar una podía adivinar de qué viñedo provenía. Dice la leyenda también que fue un poco de azar y algo de bendición lo que hizo que un día al abate el vino se le llenara de burbujas. Al probarlo, no pudo más que exclamar: “¡Estoy bebiendo estrellas!”. El brebaje de alquimista se esparció por el mundo entero y tres siglos después tiene cada vez más fanáticos.
Esta vez es un estudio el que dice que en el mundo el consumo de champagne –de eso hablamos– creció 170 por ciento en una década. Según el Instituto Nacional de Vitivinicultura sólo en el último año, los argentinos consumieron 20 por ciento más que el año anterior. Esto da un promedio de más de 12 mil litros por día y 55 millones de botellas en todo el año. Este crecimiento se sumó al 15,8 que los llamados espumantes habían tenido en 2011.
Según International Wine & Spirit Research (una base de datos que abarca a más de 1.500 compañías en 134 países) la pasión por el champagne está explotando en todo el mundo. La razón: los costos bajaron, existen más variedades y poco a poco fue abandonando el lugar del brindis al que parecía condenado. Hoy se toma como aperitivo, a lo largo de toda la comida y hasta se utiliza en preparación de cócteles.
Marina Beltrame, directora de la Escuela Argentina de Sommeliers asegura que en nuestro país el boom del champagne responde a “una mayor variedad en la gastronomía y a una mejor comunicación de las empresas de sus productos. Los espumosos se pueden incorporar para acompañar ceviches y sushis, incluso carnes rojas crudas como el carpaccio. Es el aperitivo ideal para tomar en cualquier momento. También es una bebida elegida por los jóvenes que están saliendo de las gaseosas y solo toman alguna cerveza. Es un vino ligero, que produce bienestar enseguida, que relaja muy rápido”.
Lo dijo Napoleón Bonaparte: “Tomo champagne cuando triunfo para celebrar y tomo champagne cuando soy derrotado para consolarme a mí mismo”.
En el siglo XVII, el abate Dom Pérignon logró “Un vino que explotaba en las botellas”. A fines del siglo XVIII, la casa Moët et Chandon compró los viñedos de la vieja abadía pero conservó el nombre del abate para hacer el champagne más famoso del mundo. Fue en 1927 que los franceses lograron darle al champagne una “denominación de origen” y sólo los vinos que se producen en esa zona pueden llevar ese nombre. En España se les dice cava, en los Estados Unidos sparkling wines y en la Argentina, según Beltrame, lo correcto es llamarlos espumantes.
Hoy, una botella de Don Pérignon puede costar en Argentina unos 3.500 pesos, una ganga comparada con una edición limitada, cosecha 1998, con botella con detalles de oro blanco que se consigue en el Reino Unido a 7 mil libras, unos 53 mil pesos. La producción argentina todavía está lejos de llegar a esas cifras, pero los bodegueros se están animando a producir espumantes de alta gama.
FUENTE: Clarín
- 21/03/2013 No comments Posted in: NOVEDADES Tags: champagne, featured', noticias, vitivinicultura