(Francia).- El antropólogo Marc Augé asegura que los cafés tienen una función social más importante que en el pasado porque ahí la gente se vincula y se puede mezclar con otros que son diferentes.
A estos lugares típicos cargados de historia y reminiscencias literarias, el célebre antropólogo de la modernidad dedica ahora un pequeño e interesante ensayo en el cual se alternan los recuerdos personales y las reflexiones agudas: Elogio del café.
“Al entrar a un café se tiene siempre la impresión de un encuentro posible. De hecho, es un lugar que favorece la comunicación y el intercambio. En sus mesitas es posible entablar relaciones con ocasionales desconocidos, sin contar a los camareros o los habitués. Aunque esté marcado socialmente por el barrio en el que se encuentra, el café sigue siendo un lugar en donde es posible mezclarse. El café no es un club y no excluye a nadie. Es un espacio abierto a otros espacios, a la calle y a la vida. Es una heterotopía, como decía Michel Foucault, que aún siendo artificial puede tener raíces profundas que lo liguen al pasado.
Nacen relaciones que casi siempre existen sólo en ese lugar, produciendo una suerte de familiaridad que, aunque efímera, sigue siendo significativa. Son relaciones de superficie, en las que cuenta sobre todo el gesto del intercambio más que sus motivaciones y sus contenidos. Estas relaciones son útiles, sin embargo, porque tienen un carácter ritual y por tanto nos ayudan a vivir. Desde este punto de vista los cafés tienen hoy una función social más nítida e importante que en el pasado. Ofrecen la oportunidad de una relación en una sociedad a menudo dominada por la soledad de los individuos. En el café nos es dada la posibilidad de sentir que existimos a través de la mirada de los otros.
En esos lugares no se conoce la premura, se entra para quedarse. En un café podemos pasar el tiempo trabajando, estudiando, escribiendo o simplemente mirando alrededor, observando el espectáculo de la vida. Este marcado uso social y cultural del café es probablemente una característica típicamente francesa. Y si en sus mesitas estamos tan bien, es porque nos sentimos en nuestra casa y en otro lado simultáneamente, experimentando una dimensión de familiaridad muy particular. Sentado en un café, uno tiene la sensación de escapar de la soledad doméstica pero de estar, a la vez, en un lugar conocido y seguro. A lo mejor es por esto que algunos escritores eligen el café para escribir sus novelas.
No es casual que muchos cafés estén ligados a una cierta tradición literaria e intelectual: a la mitología y a la fascinación de los cafés contribuyó mucho la sobredeterminación simbólica de la cultura, dado que en estos lugares a menudo se han encontrado artistas y escritores. Algunos movimientos intelectuales están particularmente ligados a los cafés, desde el surrealismo hasta el existencialismo. Cuando esos grupos marginales se vuelven conocidos, se tiende a ennoblecer esos lugares. En París hay muchos lugares así, que gracias a su pasado literario se han vuelto sitios elegantes y costosos.
Entrando en un café sabemos que siempre puede ocurrir algo y por tanto casi inconscientemente estamos a la expectativa de algo. Mirando en torno y observando a los otros clientes, recogemos fragmentos de historias vividas que nuestra imaginación puede reconstruir como uno quiere, obedeciendo a los estímulos de la fantasía. Sentándonos en una mesita, alcanzamos una suerte de pasividad atenta, como cuando leemos una novela. Estamos abiertos a la sorpresa, a la aventura, a los encuentros, a las conversaciones, etcétera. En el fondo, entrar a un café es una manera de vivir algo inesperado. Desde este punto de vista, el que se permite atravesar este tipo te experiencia es siempre un poco un aventurero de lo cotidiano.
FUENTE: Gastronomiconet.com (edición)/ La Repubblica. Traducción: Andrés Kusminsky
- 23/10/2015 No comments Posted in: COMER AFUERA Tags: café, featured'